Domingo, 22:30 de la noche. Tocan el timbre de mi casa. Esta vez fue la mía, pero pienso que pronto podrá ser el timbre de muchas otras, o quizá ya lo es. Un pibe de no más de 13 años pide algo para comer. En sus ojos se ve una mezcla de vergüenza y resignación. Le doy un paquete de arroz y otro de harina. En esta casa, y sospecho que en muchas otras, ya es fin de mes hace más de 10 días. Por eso le doy lo que puedo y no lo que quisiera. Ahora su resignación también es mía. Me quedo pensando. No me sale otra cosa que contárselo a mis amigos, y uno de ellos me advierte: «Ojo, están utilizando ese método para robar. Tocan el timbre para ver si hay alguien en la casa». Otra vez me quedo pensando; al final, son caras de una misma moneda. Hambre, delincuencia, violencia; la recesión viene en un combo donde nada de lo que trae es bueno.

Mientras tanto, en otras casas, otros pibes, los hijos de los padres que en otro contexto pudieron darles una vida de comodidades, abren TikTok, ven al boludo de turno hablando de Bitcoins, traders, casinos online y toneladas de falopa económica, y se van a dormir gritando ¡Viva la libertad, carajo!

En este país, la clase trabajadora no ha tenido más que un puñado de años de relativa tranquilidad. Dejo a criterio del lector cuáles han sido y por qué. Lo cierto es que ahora estamos todos metidos en una enorme máquina del tiempo en la que viajamos a toda velocidad hacia momentos dolorosos: sueldos devaluados, tarjetas explotadas, recorte de gastos, deudas en servicios y la lista sigue. Porque esa es la realidad, de los que aún con dificultades, tienen un plato de comida un domingo a la noche, pero otros completan la lista con hambre, frío y desocupación.

Todo tiene tantas reminiscencias a finales de los 90s. Pibes pidiendo, madres tratando de «inventar» un mango vendiendo cualquier cosa, negocios desiertos y miradas perdidas. Apenas unos pocos viajan en esta máquina maldita disfrutando el paisaje. Muchos, aún los que ven esta realidad con optimismo, dentro de los que de ninguna manera me encuentro, lo hacemos con incertidumbre y temor. Porque al final, este viaje en el tiempo no parece el típico viaje donde uno arranca en un destino y llega a otro. Es más bien como dar vueltas en círculo. Volvemos una y otra vez a transitar por los mismos lugares y, claro también, a agarrar los mismos pozos.

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *