Lejos en el recuerdo quedó aquella tranquila ciudad donde las bicicletas reposaban en los árboles, se dormía con las ventanas abiertas y la droga era un problema exclusivo de las grandes ciudades.

Hoy, la realidad de San Cristóbal es otra. La droga ha aterrizado con fuerza en la ciudad, y la situación empeora día a día. Cada vez son más frecuentes las historias de familias que luchan contra el consumo problemático de uno de sus miembros o de vecinos que ven cómo sus barrios han sido invadidos por «kiosquitos» que venden sustancias a toda hora.

Es verdad que todos somos, en cierta medida, responsables de la situación, pero lo cierto es que el sistema judicial, la policía y el gobierno provincial, que tiene a su cargo esa fuerza, son los principales responsables. Es cómico y, a la vez, trágico que sean los propios vecinos quienes sepan quiénes venden, quiénes compran y quiénes roban más que la propia policía.

El modus operandi es simple: como resultado de múltiples factores, el consumo ha aumentado, lo que ha generado más vendedores. Y, como muchas veces el consumo se vuelve tan problemático que ningún dinero alcanza, los robos se multiplican. Bombitas, herramientas y celulares se han convertido en moneda de cambio en los «kioscos» para canjear por droga.

Es un panorama desolador del que pocos se hacen responsables. Algunas vecinales, junto con el municipio, han elevado reclamos a la fiscalía regional y al gobierno provincial para que intervengan en la situación, pero las respuestas aún no llegan.

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