Con un poco más de calma, y luego de haber asistido a una de las elecciones más extrañas de los últimos tiempos, creo que es momento de hacer un balance de lo que nos dejaron los comicios del pasado domingo.
En primer lugar, es llamativo el nivel de participación de los electores, que rondó apenas el 55%. Aunque varios medios lo destacaron, probablemente tenga poco que ver con la «bajada de línea» que están planteando: el descreimiento en la política, la ola libertaria o el cansancio de «la gente». La explicación probablemente es bastante más simple: la población no “estaba en tema”. De manera exprofesa, el gobierno provincial adelantó el calendario electoral para que todo lo que se tuviera que hacer, se hiciera y se hiciera rápido. Por eso ya se está hablando de que la reforma de la Constitución se llevaría a cabo en el mes de julio.
Los espacios políticos no tuvieron ni tiempo de comunicar a los electores de qué se trataba la reforma, en qué podría afectar su vida. La gente apenas se estaba acomodando después de las vacaciones y del comienzo del año lectivo, y ya tuvo que ir a las urnas. Y les funcionó: entre las listas colectoras, los senadores encabezando en los departamentos y el propio gobernador liderando su lista, obtuvieron el triunfo que buscaban para hacer las fechorías que pretenden.
En cuanto a lo departamental lo más destacable fue la pérdida de adhesiones que tuvo el Senador Michlig que, no sólo competía contra candidatos nuevos y desconocidos, sino que además uno de los candidatos, Nahuel Botto, le ganó en San Guillermo y en otras estuvo cerca de hacerlo. Además vale la pena mencionar la incontable cantidad de mensajes de bronca que recibió el Senador en las redes, cosa que no se había visto hasta ahora en esa magnitud.
En el ámbito local la cosa fue un poco diferente, y no porque no lo hayan intentado —porque lo hicieron—, sino porque el pueblo habló: y dijo basta. Con todo el periodismo en contra, todo. La provincia “bajando” cual Papá Noel con subsidios, programas, cargos y promesas, sin contar la enorme cantidad de trabas y mezquindades de las que han hecho gala. Al punto tal que —y solo por citar un ejemplo— Ceres recibió más de 2.000 millones (sí, DOS MIL MILLONES) de pesos para hacer asfalto, ripio, comprar máquinas, etc., y a San Cristóbal apenas llegaron 10 millones, para arreglar la terminal de ómnibus que, dicho sea de paso, fue destruida por una tormenta.
El oficialismo local, que —dato no menor— es de extracto peronista, con todo lo que eso significa en esta era de desinformación y estigmatización, en un arrojo de valentía y, por qué no, también de cierta inexperiencia, llevó como candidato a una persona no solo «nueva» en la política, sino también poco conocida, ya que por su profesión no tenía un alto perfil, como podría tenerlo un periodista, un médico o un deportista, por poner ejemplos.
No obstante, y aún en esa situación de aparente desventaja, dio el batacazo. Y digo batacazo no porque un oficialismo no pueda ganar su primera elección con relativa comodidad, sino porque las circunstancias fueron realmente adversas. La oposición hizo —y la ciudad fue testigo de eso— lo imposible para que la gestión municipal fracase y ganar las elecciones, pero se tuvieron que conformar con una amarga e inesperada derrota.
Al final quien salió fortalecido no fue solo el gobierno municipal, sino también su candidato, que tuvo la oportunidad de demostrar su valía y compromiso, y terminó ganando, además de una elección, un nombre propio en la política local.
Del resto de los actores los únicos que tuvieron cierta gravitancia fueron los Libertarios que cosecharon alrededor de 800 votos, pero quedaron cómodos en un tercer lugar que los relega a una elección apenas testimonial y menos mal, porque si pretenden aplicar algún día en la ciudad lo que su Dios Milei aplica en el país, sería cómo mínimo un estrago.
Habrá que ver que depara la próxima contienda electoral prevista para el 29 de junio, ya con más clima electoral seguramente, todos harán autocrítica y revisiones, pero lo cierto es que siempre es mejor hacerlo con un triunfo bajo del brazo.