El casco de protección no se produce en el país, pero emprendedores de Rosario ya tienen listo el primer prototipo y se preparan para salir al mercado.

«Acá no se tira nada», dice Luis Pablo Rochetti, mientras abre la puerta del galpón ubicado en el extremo norte del mapa rosarino. Adentro, hay máquinas, obreros, radios encendidas y hay bolsones enormes, llenos de tapitas de plástico, la mayoría recolectadas en las campañas solidarias que ponen en marcha instituciones o grupos de vecinos. Con esa materia prima, en el taller se producen más de 40 artículos desde embudos y perchas hasta fratachos que se distribuyen en ferreterías de todo el país. Y ahora van por más: ya tienen listo el prototipo para producir máscaras de soldadura, un producto que ya no se fabrica en el país y que será «100 % rosarino».

Se estiman que en el país se desechan unos 12 millones de tapitas de gaseosas por día y gran parte de ese volumen tiene como único destino el relleno sanitario. «Reciclarlas es la mejor forma de que no sean un desperdicio, que no vayan a un basural y cumplan otra función», asegura Rochetti, uno de los socios de Fabrifer, una fábrica de artículos para ferretería que en su producción utilizan plásticos reciclados que, en un 80 % provienen de tapas de bebidas.

Los Rochetti llevan tres generaciones ligadas a la venta, primero, y fabricación, después, de productos para la construcción y el hogar. Actualmente en el taller ubicado casi sobre el límite con Granadero Baigorria se confeccionan artículos de uso diario, como palitas de residuos o perchas, otros casi de museo, como la paleta matamoscas, y una larga lista de herramientas más específicas del mundo de los obradores, esos que generalmente se nombran como «coso» o «cosito».

El abuelo de Luis Pablo montó una de las ferreterías más conocidas del barrio La Florida, su papá empezó a fabricar algunos elementos del rubro en un galpón de Felipe Moré entre Córdoba y Santa Fe. La «estrella» de la fábrica era la máquina para hacer salpicado plástico, un tipo de recubrimiento usado en paredes y techos que se aplica para darles una textura decorativa y protegerlas.

Pero el negocio se fue expandiendo y tomando otros rumbos, algunos casi por casualidad. «Empezamos a probar con el plástico por azar. Originalmente la manija de la salpicadora era de madera, lo que elevaba los costos y los tiempos de producción. Por eso, empezamos a probar con el plástico. Compramos algunas máquinas y matrices y nos dedicamos a experimentar», recuerda Rochetti.

Al cabo de unos años, y de mucha inversión en maquinaria, empezaron a fabricar casi en forma exclusiva productos de plástico. El único artículo de metal que mantienen es la salpicadora.

FUENTE: La Capital

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